En el marco de la dos semana de desarrollo institucional que se llevan a cabo en el Colegio José Eusebio Caro, que tiene como propósito la construcción conjunta de un proyecto denominado “Hacia la retoma de la institucionalidad y la identidad carista: por un ambiente escolar de buen trato y convivencia”, liderado por la actual rectora, especialista Julia García Salas y la participación del cuerpo de profesores del plantel, y que tiene como fin específico la apertura de espacios de comunicación que consideren la posibilidad de desarrollar diálogos fecundos para así crear un clima académico adecuado que posibilite una convivencia escolar dialogante y colaborativa que permita la gestión educativa, las prácticas pedagógicas y mejore las relaciones interpersonales y consolide una cultura de participación y convivencia en el seno de la institución, pues no es posible vivir un clima académico adecuado en medio de la violencia, la indisciplina y sobre todo la crisis de la falta de autoridad docente.
El gran reto es saber encauzar los conflictos de tal manera que no se agoten en una fuerza aniquiladora de poder, al respecto, Ettenne Tassin ha señalado de manera terminante que la utilización del recurso a la fuerza es la prueba de que la autoridad ha fracasado: únicamente un punto de vista explícitamente o implícitamente funcionalista podrá confundir la autoridad con el poder o con la violencia. No hay tampoco, en efecto autoridad sin obediencia. Pero lo contrario no es cierto. También obedecemos a instancias que, sin embargo, carecen de autoridad. Y si obedecemos incluso a la fuerza esta obediencia no confiere a aquélla autoridad alguna. Así enunciada, la autoridad no sólo excluye todo recurso a los medios de coerción sino que también se anula por el uso de la violencia. Por eso se opone a toda forma de autoritarismo. Sólo aquel que por sí mismo no posee autoridad recurre a los medios de coerción, que es la autoridad basada en la aplicación de sanciones. En este sentido Arend ha señalado que la autoridad implica una obediencia en la que los hombres conservan su libertad.
En relación el problema que nos ocupa podemos afirmar entonces que el recurso a medios coercitivos en la escuela no sólo no expresan autoridad sino que harían todavía más visibles su ausencia. Ahora bien, lo contrario de la coerción, es decir el uso de la persuasión o incluso la argumentación -recurso cada vez más utilizado en las escuelas en el marco de los Manuales (Regímenes) de Convivencia-, tampoco supone ejercicio de la autoridad. En palabras de Hannah Arendt, “La autoridad es incompatible con la persuasión, que presupone la igualdad y opera por un proceso de argumentación. Cuando se recurre a los argumentos la autoridad está suspendida.
Hasta aquí tenemos entonces que la autoridad supone un respeto incondicional hacia la instancia reconocida como superior que no se basa ni en la coerción ni en el consenso. Lo que faltaría establecer es cuáles son las bases de ejercicio de la autoridad, o, dicho de otro modo, qué es lo que provoca el “respeto incondicional” cuando lo que se pone en juego no es la violencia ni la persuasión.
En relación con el problema que nos ocupa específicamente en el proyecto institucional que se pretende construir, hoy parece ponerse en cuestión tanto el origen de la autoridad docente (la validez de su universo de saberes de referencia, la legitimidad del Estado, la eficacia de la institución escolar), como su capacidad de generar algún desarrollo personal y social. Esto pone en crisis la eficacia de la autoridad docente para que los alumnos adopten como criterios de su propio comportamiento, los mandatos o la orientación que les proveen. Ahora bien, ¿qué es lo que provoca el cuestionamiento a la autoridad? ¿A través de qué mecanismos ésta se reconoce y se desconoce? ¿Qué es lo que asegura el “respeto incondicional” hacia la autoridad?
Según algunos autores, lo que provoca respeto u obediencia en el marco de una relación de autoridad es la creencia en la legitimidad del poder. De acuerdo con el origen de esta legitimidad el autor Weber ha distinguido tres formas de poder: el que se basa en la tradición, entendida como costumbre o legado, que da lugar a la autoridad tradicional; el que se basa en la utilización de unos procedimientos o códigos (Manual de Convivencia) que pueden explicitarse aún justificarse, que da lugar a lo que Weber ha llamado autoridad racional –legal; y por último, el que se basa en ciertas características del emisor del mensaje o la orden (carisma), que provocan obediencia incondicional: la autoridad carismática. Dicho de otro modo, la autoridad no es tal sino cuando se la reconoce como tal.
Desde esta perspectiva, el problema de la autoridad en la educación escolar interesa en relación con los problemas de la disciplina escolar, y mucho más en relación con la cuestión del aprendizaje. En efecto, encontramos que la autoridad constituye una condición para que el aprendizaje y la disciplina tengan lugar. Es decir para que la autoridad se realice tiene que tener lugar un reconocimiento mutuo entre profesores y estudiantes.
En consonancia con esta línea de análisis, para la construcción del proyecto que nos ocupa es necesario manejarlo por proceso para llegar a un documento consensual que incluya tres etapas.
a) Una primera fase inicial de ambientación, dedicada a abrir espacios de comunicación y a fomentar el debate acerca de las propuestas y acordar de manera consensuada las reglas de juego a seguir en la etapa siguiente; b) una fase de elaboración de la propuesta, con la creación de comisiones de trabajos en las diferentes áreas acompañada por un tarea pedagógica con una serie de seminario-talleres sobre ética, convivencia y sentido de pertenencia; c) una fase de concertación sobre el documento final. Dentro de ese proceso los resultados finales deben ser sistematizados en un documento; todo en beneficio del cumplimiento de los objetivos de nuestra institución educativa, especialmente los académicos. Una preocupación efectiva sobre el mejoramiento del clima escolar favorece el desarrollo de una cultura positiva y nutritiva, lo que en última instancia promueve una educación integral y de calidad.
Si ahora no asumimos el reto de afrontar las problemáticas de tipo convivencial, nuevas patologías colectivas se originaran en el corto y mediano plazo. No tiene sentido tratar estas problemáticas con enfoques tradicionales y ortodoxos consignados en un frio Manual de Convivencia, pues no tiene sentido sanar a un enfermo para luego devolverlo a un ambiente enfermo.
En otras palabras sólo la voluntad de apertura intelectual puede ser el cimiento fecundo para cualquier dialogo o esfuerzo que tenga sentido que apunte a la solución de las problemáticas reales que afectan a las instituciones. Sino asumimos el debate nadie será inocente. Todos seremos cómplices de generar sociedades enfermas.
Es hora de generar el debate en los centros escolares que enfrentan las problemáticas de la violencia y la indisciplina; la escuela es el espacio privilegiado de análisis, critica debate dentro de un pluralismo que forma la razón y enriquece la argumentación. Por eso son lamentables y repudiables, los hechos de violencia y de indisciplina en la escuela, que han convertido las coordinaciones de convivencia en inspecciones de policía, esto desvirtúa su esencia al tratar de imponer ideas, deseos, pensamientos por la fuerza; aquí lo que debe primar es la fuerza de los argumentos en la deliberación y las propuestas.
Por:
Oscar Luís Sanjuán Varela
Profesor y egresado del Colegio José Eusebio Caro
Especialista en Psicolingüística
Especialista en Pedagogía de la Lengua Escrita
Especialista en Gestión Educativa
Magíster en Educación